lunes, 28 de junio de 2010


JACINTO SANTOS VERDUGA (Chintolo) *
Bahía de Caráquez 1944 - Guayaquil 1967

Funcionario y profesor de educación media. Emblemático poeta de la zona central de la costa ecuatoriana. De vida azarosa y obsesionado por la muerte. Mantuvo una vida cultural intensa en el puerto principal; y terminó su vida por propia mano en un mentadísimo -en la época- crimen pasional (su amante también murió de un disparo). Se relacionó con Ileana Espinel y otros poetas guayaquileños. Publicó "Testimonio" (1965), "La llaga insomne" (1967) y una serie de poemas sueltos que aparecieron en revistas y diarios.

Alto de estatura pues medía 1,80 mtrs. Blanco, pelo negro, ojos café y algo miopes, viril, alegre y despreocupado. Dejó varias poesías inéditas que, como todo lo suyo, “demuestran su excepcional temperamento lírico; mas, le faltó tiempo y holgura emocional para madurar formalmente”.

“Chintolo fue un poeta intenso, capaz de sacudir profundamente con cuatro versos cortos. Certero para el atisbo humano hondo, ahondó implacable en una visión desolada y desesperanzada de la vida. Y la reflexión e iluminación que tal suerte de escritura implicaba, terminó por cerrarle todos los caminos de salida y lo llevó a dar cumplimiento a los más ominosos y trágicos anuncios premonitorios de la llaga insomne”.



INVENTARIO

Doce meses de amor
los tres últimos sin empleo
un hijo por llegar
dos hermanas distantes
Un premio grande y otro menor.
Todos mis amigos
presentes
Un par de zapatos
nuevos
Muchas malas noches
Dios y el diablo
conmigo
dos venas menos
varios vasos rotos
Una visita al psiquiatra
otra al cementerio
Y esta soledad en el alma
que parece un domingo
a las tres de la tarde.


POEMA FINAL

Perdónenme si mi silencio
les causa ruido
si les duele
la herida
que yo he curado
compréndanme
no es mía la culpa
ya estaba señalado.

*tomado del diccionario de Rodolfo Pérez Pimentel

miércoles, 23 de junio de 2010

Fernando Cazón Vera, poeta ecuatoriano nacido en Guayaquil en 1935.
Parte de un grupo de poetas que salen a la luz a partir de los años 50.
Su poesía esta cargada de un sentido musical que marca el rigor de sus textos y la profundidad de su sentir. 

5                            

En medio de las sábanas sus piernas, solían
incendiarse como un            
neón; para el combate de los
frutos. Ardía el           
vello
de           
su
sexo curvo como una luna negra. Dura,
dorada, preparada, tierna           
para la lluvia blanca, su arcilla,
comestible           
temblando como un
tajo de sed ardiendo           
en agua. 
En que metal sin
manos arderás esta noche.
Dónde           
estarás



ardiendo.





EL ANDROS II

Las podridas aguas de mi cuerpo no fueron suficientes para marchitar tu flor, ni pudieron quitar la luz salvajemente inocente de tus ojos esperando no sé qué paz o qué nueva sensación inasible, o qué lugar prohibido para pervertirme con tu alegría y domesticarme en un ir hacia la seguridad de vivir sin una muerte redimiéndonos, sin siquiera una lágrima marcándonos, como una linterna de llanto en la noche donde te buscaba, tal vez  rogando siempre que jamás fueras la encontrada.

Y aquí me hallo, amor, atisbando tu alegría, defendiéndome de tu hambre de tus desnudos hombros que reclaman mi cabeza, o de tu vientre donde pongo, más allá de su blancura y de sus palpitaciones, mis orejas a oír las soledades de tu abismo, mientras un bosque frente a mis ojos llamándome para la insistencia cotidiana de la alegría de ti.

O no sé contra qué o contra quién, iluminándome  o cegándome,  desgarrándome los dedos largamente, como si fueran las piernas abiertas de una mujer ansiosa de las más fuertes penetraciones, igual que tú, negada de nunca, dolorosamente ofrecida, olvidada de siempre, igual que yo perdiéndome frente al júbilo de tu carne.

Ah dolida verdad la de tus manos recorriendo los sitios donde el placer estuvo algún día limpio, implacablemente encendido, y no muriendo como hoy entre horribles llamas negras.


(De “Cantos para celebrar una muerte”)

jueves, 10 de junio de 2010

Poesía de Humberto Vacas Gómez (Poeta Ecuatoriano nacido en 1912)




CANCIÓN DE TU SOLEDAD Y LA MÍA
Como siempre estás sola
en la mitad del mundo
sin historias,
con ese sencillo corazón acostumbrado
a amar la tierra bajo el día
y a temer la sombra bajo la noche.
Nunca te acostumbraste
al horror de la muerte
justificando la vida,
ni a la propicia alegría del silencio
bajo relámpagos de deseo.
Ni siquiera
al sueño de remotos temporales
que podrían herir una rosa
o apagar las lámparas cotidianas,
donde tu vida fácilmente transcurre
en forma de zapatillas, de flores,
sonidos y oraciones
o de inofensivas hogueras
que pigmentan las nubes,
y los lagos de horizontes familiares
de fáciles navios
o de finos lamentos
por naufragios de veleros de papel
o por la tristeza de una flor olvidada
y marchita en búcaros inútiles.
Heridas que se curan              
como si no fuesen heridas.
¡Oh! luz tan pequeñita
en vuestros ojos claros.
Nunca estuviste tranquila
arrimada en mi pecho.
Tus ojos se entornaban presintiendo el abismo, 
Comprendo que te espante
mi monólogo inmenso,
la furia de mi pecho,
tu soledad tumultuosa.


Comprendo que mi sangre,

sangre negra de espanto, sangre oscura y ardiente
de dolor fecundada
te llene de recelo-
El sol alegre y claro no me dio reposo
ni el encaje y la espuma me dieron su finura:
Su rudeza de barro
me dio la vida dura,
el abismo, el deseo,
la pobreza en los hombres
que pesa más que un astro.
Me dio sabiduría el dolor y el tumulto,
El rugir de la especie
como un rugir de siglos
asciende a mi garganta
con la fuerza de un grito.
Eso es lo que te espanta:
mi jornada de angustia
por el vasto Universo,
mi estrella de silencio
que golpea en la sombra
como un ciego eterno
o como un eterno muerto.
Somos tan distintos: 
Tú eres tan clara. 
Yo soy esencia oscura 
de una alquimia sufrida. 
Soy como un pájaro negro 
que hace sombra tu lámpara

martes, 1 de junio de 2010


nueve
una serpiente ígnea se revela ante mis ojos
desgajados en la cascada que impide ver mi rostro
hierbas surgen de la amapola
                                                      que destruyen mi juventud

tijeras emergen del álamo de la luna

             S                         E                                   N       
                E          P     I        N   T               Í    G      E
                     R                                E                               A

retorcida en la atadura de mi cabello
sombra que divagas en el centro del poema
paloma herida en el labio esotérico de la noche

¿Dónde se encuentra el estanque que destruye el pasado/
dónde los cuerpos recaen como valles cimentados en el portete de la lágrima? 
Tal vez, en el suicidio que recuerda el labio esperpento 
de uvas
              de caracoles entumecidos en hembras solas
              de nubes moviéndose en lo alto del sueño 
              tratando de sostener los pecados que amamantan a sus héroes,

        …de huesos perdidos en su taller de luz…/

                 “OJO ENDEMONIADO ¿dónde tu diente?”


diez
son los círculos maniatados que perecen en la hoguera de la terraza baldía, los zapatos abandonados en el llanto del fantasma que fenece a lo lejos, el interminable candado que cimbra al ave degollada

son los círculos que danzan en el rostro envejecido del olvido

¿en qué oscuro cielo el vaho reminiscente de la lluvia aparece en la ventana, sin luz y con una flecha en la lengua?

Los caracoles entumecidos recrean una sombra debajo de las nubes que van tomando forma en las aguas dormidas que sangran sobre los crines de la demencia
                                                                     en las aguas frágiles invadidas por cuerpos desechos en labios adornados por frutos inquietos

son estas muertes que nos consumen la rebeldía de la vida
que nos torturan las mejillas danzantes de potros rosados
que se posan en los cabellos hirsutos
y penetran en el secreto silencio convertidos en ocio

ELEVARNOS ETERNAMENTE DEL CIERZO ABATIDO EN LA CARNE
ELEVARNOS y decaer en el grito hambriento de ciudades heridas
HACEREACER/CRECER con las manos magulladas en la historia, agitar nuestros brazos en el florero urdido por colores enigmáticos (considerar al mito como la conjugación de la naturaleza concebida en el pecado)
morder la noche,
                                 saber que existimos en nuestra angustia




 

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