lunes, 7 de mayo de 2012


PARA NOMBRAR EL ESPACIO AUSENTE

Freddy Ayala Plazarte


A veces la poesía contemporánea en el común hablante está identificada desde una postura evasiva cuando se dice o , paradójicamente a estas arbitrariedades, cuando la poesía se escucha en auditorios o se percibe en ritmos paroxísticos, o quizá cuando un mismo color almacena formas o cuerpos, más aún, cuando la poesía permite percibirnos desde otras dimensiones, silentes, ahí precisamente es cuando rompe con la racionalidad y genera grados de evocar y trasmutar hacia lo ausente.

Y retomo la palabra “ausencia” para asumir una perspectiva legible para el poemario “Des-habitado” (2011) del joven poeta Edison Navarro (Cotacachi, 1983), quien ha ido tejiendo un trayecto de visiones con la poesía, en este poemario cabe pensar sobre lo que sucede en las calles, o lo que sucede atrás de las ventanas; ¿Qué nos habita después de la ausencia, qué está antes del cuerpo, qué deconstruye el individuo después de la ausencia, si la misma poesía es ausencia dicha en palabras?. 

Y dice el poema inicial: Se ve a los ángeles fornicar, /ruedan botellas y retazos de alas con carne, y más adelante; yo, solo la vi partir. Acaso la modernidad y el urbanismo visualizaron mitos en el individuo moderno se ha desmitificado y desencantado, el sujeto no se ha desprendido de su barbarie en pleno espectro urbano


Edison asume la “realidad”, o digamos acertadamente, sus “realidades”, desde una desmitificación del cuerpo, en perspectiva religiosa, desacralizadora, cito: he colgado mi piel en cualquier hueso evitando el naufragio. Acaso el naufragio responde a lo habitable, a lo palpable, y acaso se debe habitar el trasfondo de los objetos, de los cuerpos, de la memoria; el pasto crece donde enterramos el sol, sigue amaneciendo 
en la esquina donde la vida corta cabezas.
Pero dónde suceden las impostergables ausencias, en una ciudad barroca, hay una ciudad colonizada por el ayer, donde las tradiciones marcan la memoria del sujeto, una ciudad que reinserta sujetos a pesar de sus identidades, una ciudad en donde el pecado y la culpa conviven con el ruido; Ciudad mojigata, veterana /sumergieron santos y demonios / sangra tu cinturón de siete cruces / Ciudad cucurucha, encadenada / Ciudad turulata, adormecida /te llegó el domingo con la tarde a cuestas
Y Edison está consciente que dentro de esta ciudad, en sus alcantarillas, anocheceres y pasadizos, en sus charcos, en sus habitaciones subyacen conflictos, donde el erotismo habita el deseo: dejo por unos instantes mi espectro/ para que caliente tu pubis (…) y el deseo como voluntad, más allá de esta afirmación de Baruch Spinoza; ratifica una condición profana; acaso es un charco de cenizas tu pubis.
Y después de la noche viene lo des-habitado, se muestra como el escenario elegido para poetizar con los cuerpos: Amanecen tus huellas bajo mi almohada/ un paisaje brutal/ el paraíso entre sábanas. Y pensamos que después del cuerpo viene la ausencia, viene el vacío; La mañana trae a cuestas la arena /esa tristeza geográfica que nace embotellada /declarando ceguera absoluta. 
Pero para Edison el deseo es una condición para llegar a otras dimensiones como la memoria, porque el cuerpo no se objetualiza sino el cuerpo adquiere y es memoria; La memoria es el cuerpo del dolor/que luego se hará carne, entonces vemos que el cuerpo es memoria y olvido. Y el cuerpo que inicialmente fue ciudad, sexo, vacío, deseo, recurre a la memoria, a un olvido líquido simbolizado en mar, y ya es sentencia de sí-mismo, un espejo para revelar en el otro su “yo”: De polvo eres /y en lodo te convertirás, /SENTENCIÓ el mar. 
Ya no hay conflicto exteriorizado, es inmanente, y se edifican despedidas; acaso después de que los cuerpos se unen viene la angustia, la ausencia de lo físico, yace un imaginario que puebla el inconsciente: La cama era un lugar  neutral, /el territorio donde un exiliado/ construye el hogar que se irá con el viento (…). Y entonces, las pupilas, los ciegos, las manos, intervienen en lugar de la mirada: Traigo las manos vacías/ y el peso de un barco/cargado de siglos. 
Sin embargo, en la parte final “Des-habitado”, la voz poética se ve desgastada, anciana, pero más lúcida porque supuso haber vivido para poder verse hacia atrás, ahora habita su pasado deshabitándose en cada fragmento del presente; somos una fosa común
/el zumbido de una mosca que devora pupilas, alguna botella de huesos. Y hubo melancolía en el silencio, hubo culpa después de la noche, el amanecer retrae al ser sobre sí-mismo; cálculo de cruces /para llorar al feto en la ventana.
Y la edad va descascarándose en el silencio, ahora es ausencia; saco espantapájaros de mis costillas/ los ahogo en tu saliva. Y luego de haber habitado el mundo, ahora habita solo un esqueleto, ahora habita el olvido en sus ayeres: La caída libre de una pluma
/que suena más que mis huesos. Y la barbarie es el principal elemento que empodera un individuo desmitificado, desencantado en su propia incertidumbre, qué mismo habita, o qué mismo lo habita, resulta una paradoja inconclusa que abre otras posibilidades de pensar un tiempo, una ciudad, una sombra, un silencio, una ausencia; muy dentro, existe un animal /que devora los muros /donde habitaste. 
Alguien habitó un cuerpo, alguien habitó también la ausencia, así se muestra este poemario de Edison, ambivalente, apocalíptico, erótico, desacralizando el discurso religioso para reinstaurar el cuerpo en su máxima pulsión libidinal, cargado de pulsiones e imágenes inconclusas (en el mejor sentido de la palabra), imágenes dobles, con realidades esquizoides que deben ser culminadas en la psíquis de un lector. Donde los amantes son necios, donde las sábanas son el escenario para que evanezcan los cuerpos. Edison ha habitado con sus memorias otros cuerpos, otras vidas que deberá seguir poblando con la poesía.
Y acaso “espacio” y “ausente” son sinónimos que connotan un mismo sentido; vacío, soledad, imagen, evanescencia, huellas, rastros, fragmentos, o si asumimos la antítesis de estos sinónimos, encontramos presencia, hábitat, memoria, cuerpo, y si retomamos la propuesta de nombrar el espacio ausente, y me atrevo a decir que hablar de lo ausente es quizá un síntoma de lo que habitamos ya, pero quizá Des-habitado es un poemario donde vivir al límite es el patrón de la confesión para llegar a una ceremonia íntima, de espejos, donde el verse a sí-mismo es la posibilidad para seguir nombrando el espacio ausente.

F.A.P
Quito, 2012 

 

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