viernes, 16 de abril de 2010

RAFAEL LARREA

Asumir la vida como compromiso, crear los mecanismos necesarios para modificar la realidad, correr el riesgo detrás de una propuesta política, desarrollar tesis acerca del papel del artista en una sociedad anémica y cumplir con su empecinada pasión por la vida eso hizo, Rafael Larrea con  sus 53 años. 

Nació en Quito en 1942, fallece en 1995. Profesor de Idiomas, Periodista profesional, estudió en la Escuela de Ciencias de la Información de la Universidad Central del Ecuador. Poeta, periodista, catedrático.

Publica sus trabajos de poesía en varias revistas y periódicos del Ecuador, Perú, Chile, Argentina y Bolivia. Integrante del grupo Tzántzico, su poesía aparece en la Revista Pucuna, Bufanda del Sol y la Revista del Centro de Arte Nacional.
Trabajador Cultural, pertenece al Grupo Cultural Noviembre 15; fue Director del Centro de Arte Nacional. Efectúo varias giras culturales por América y Europa.
Su poesía brota de la iracundia popular, quiere ser un receptor de las angustias sociales, protesta con su voz de inconformidad, desarrolló una propuesta y la potenció, cantor de los sueños y la ternura.

Obra Poética Publicada: Levanta polvos ( poesía )1969, Nuestra es la vida ( poesía 1979), Campanas de Bronce, Quito 1983; Bajo el sombrero del poeta, Quito 1988, Nosotros, la luna, los caballos, Quito 1995; La Casa de los Siete Patios ( poesía), edición póstuma 1966.

Consta en las antologías: Lírica ecuatoriana contemporánea ( Bogotá 1979), Palabras y contrastes: Antología de la nueva poesía ecuatoriana (Cuenca 1984); Poesía viva del Ecuador ( Quito 1990 ) y  La palabra perdurable ( Quito 1991 ).

En Levanta –polvos, fue su primer poemario (1969); una obra fundamental para entender la poética tzántzica; allí Rafael dispara lanzas, dardos, verbos y flechas, a la cabeza del buen burgués y hace arribar a María Campanario al café 67, a algún rinconcito bohemio de la plaza de Santo Domingo; a esas picanterías y rockolas  ya perdidas entre la cal de la renovación urbana, donde un día el poeta convocó a salir de su ataúd a la “vida perra, vida de presidente, embajadora vida millonaria” , y propuso morir “al dizqueinventor de esta vida” y salió a recitar su levanta polvos montado en una escalera, bajo una luna iconoclasta y parricida, oficiando de cómplice y encantador de una tribu utópica, a la que muchos quisieron, luego subirse al vuelo..

Luego plantó “Nuestra es la vida”, (1978); poética sentenciosa de influjo vallejiano  llena de “dados eternos” y de “morir con aguaceros”, andina y tan humana como la del peruano, en donde nos contó poemas de amor a sus hijos y a su padre y a los “constructores del mundo”; a sus compañeros pintores, músicos y poetas del Centro de Arte Nacional, del Noviembre 15, del Taller de Literatura Joaquín Gallegos Lara; esa suerte de inventos utópicos que él ansiaba reflotar ante el naufragio de otros frentes culturales.

“Campanas de bronce”, (Viva Vida, 1983); editado por su compañero de armas literarias, ese otro gran ausente: Alfonso Chávez Jara, confirmó su testarudez poética frente al progresivo giro de sus contemporáneos hacia lo “cosmopolita” y lo “urbano”, con el sonido de sus campanas de bronce. Rafael intentaba re-tomar, re-asir, re-sonar ese nuestro ser andino renegado y maltrecho; aquél  que persiguieran los Icaza, los Carrera y Dávila Andrade; aquel paisaje con sombrero, poncho y chuquiraguas...;regresión que pocos entendían, menos los jóvenes de entonces, que entrapados en las luces de lo artificioso, en la angustia del embotellamiento y el estrés de cemento, considerábamos retrógrado.

En “Bajo el Sombrero del poeta”, (El Conejo 1968), publicado ya en plena “Era del Desencanto”, Rafael extrae sombreros y conejos de una moderna chistera. María Campanario; ya menos bella y cuarentona, pero enriquecida de mundo, vuelve a recorrer los irónicos parajes del Patrimonio Cultural, de la Unesco... Había corrido mucho agua bajo los puentes y bajo su sombrero había visto bullir muchas imágenes; el indio Alfaro se había estampado sangrante contra las paredes y el paisaje de la izquierda, bien vestida parecía dilucidarse; mas “el poeta” seguía allí perseverando...Venía desde la tierra de la diosa Umiña: de la gran esmeralda, luego de un corto silencio, más bien, de un arduo trabajo subterráneo, regresaba a dar a luz un nuevo árbol...Venía de escribir no solo poemas sino también canciones: había hecho “que baile la Inés, que baile el Ramón” el “capishca de la libertad” y hecho zapatear con pañuelo tricolor a los comuneros de San Juan (ay caraju) señala en un artículo de los años 90 Diego Velasco Andrade y continúa: “Nosotros, la luna los caballos”(Búho Editores 1995) es un regreso en espiral a sus fantasmas tzántzicos (todos volvemos a nuestros fantasmas de juventud un día..). En él, Rafael detona de otro modo, aquella misma temática que junto a otros iconoclastas activó en los 60. Para ese entonces su llama se extinguía, pero él se negaba a dejarla apagar”.

En “La Casa de los siete patios”, su obra póstuma (CCE 1997), fueron recopilados los papeles de ese cajón “lleno de mundo” donde Rafael guardaba sus recuerdos, sus cachivaches, su línea política ML y su Quito de acordeón, confrontándolos poéticamente con otro Quito de casi fin de siglo, donde los cieguitos con su agua de canela son arrollados por el Trole y el Bosque, el Quicentro y la Gonzáles Suárez, “globalizan” a una María Campanario, ya cincuentona y felizmente abuela. Así nos manifiesta Diego Velasco en el periódico Artes Cultura (7) del domingo, 24 de mayo de 1998, en la columna cultural, refiriéndose a Rafael Larrea.

Siempre fiel a la propuesta tzántzica original, su poesía como su vida, ligadas a la acción política, a la transformación posible, a una concepción ético- estética del hombre solidario, simbolizan la poética del optimismo, del avance, del siempre MAS, frente a aquella literatura que el “desencanto” pudo extraviar en otros; imaginar y construir un mundo más poético, tal fue la bella tarea en la que “el poeta” perseveró hasta el final.

Portada del disco de Centro de Arte Nacional con canciones del poeta

En un bello texto escrito un año antes de su partida, Rafael se refiere así a este viaje. “En este punto doy testimonio de que juntos estuvimos por esas pampas, por esas punas, por esas minas, por esas altas montañas, por esas ciudades y pueblos, por esos valles verdes y sagrados situados entre esos desiertos y casi en las cuatro esquinas de nuestra bella América y a nosotros con Raúl Arias y Alfonso Murriagui, se nos prendieron tantos paisajes, tantos seres, tantos reclamos, tanto canto anónimo, que no nos quedó otro oficio que éste: el de poner en versos el movimiento de todos nosotros hacía el mundo. Qué de huellas, qué de manos, de ejemplos, de pasos de jóvenes cabros y cabras, de llamingos y vicuñas, llantos de abejas y toros de Pucará, un sinfín de labios que por las tierras de El Dorado encontramos”.

Poeta Tzántzico, militante de toda la vida, llegó a los sitiales más altos que puede aspirar un Cuadro delicado por entero a la construcción y desarrollo de su Partido. Cuando murió formaba parte del Buró político del Comité Central del Partido Comunista Marxista Leninista del Ecuador; por más de veinte años dirigió el periódico: “En Marcha”, órgano de difusión del Partido y tuvo a su cargo la edición de la Revista Política, fue el creador del Manual de Propaganda del PCMLE.

En la revista: “Espacios” publicó un artículo en defensa de las Utopías, en el que deja al descubierto la falacia de los que afirman que ha llegado el fin de la historia y los que teorizan sobre el desencanto y el desencuentro, negando la vigencia de las ideologías.

.....


CAMPANAS DE BRONCE
  
Yo fui el primero.
Amanecí ataviado de arcoiris.
En una piedra muda grafiqué mi procedencia
y quizás algún día hable y nos lo diga.
Yo fui el primero que bebió del agua,
quien tocó el árbol por primera vez,
medité y soñé e interpreté mi sueño
y gocé del canto de innumerables aves.

Me llaman Jumandi. Pero mis otros nombres
verdaderos tan sólo yo los sé.
Archidona y yumbo, alama y zumaco
cuanto más atrás, otros nombres tomé.
Como una hormiga trashumante bajó mi espíritu
las turbulentas aguas de mi río-mar
y  jamás me dejé vencer,
ni por la naturaleza.

Pregunté a mis sueños y vencí,
vencí a la boa y su lengua peligrosa y maligna
como la de todos aquellos extraños
que tantas veces derroté.
Soñé con un vuelo de eterna libertad
y larga vida
y soplé vientos sobre mí,
sembré dudas y selva y oculté
mis conocimientos y aventuras.
Y maté al agresor y levanté
mis humanos trofeos,
y los cantos de guerra con que me defendí
en mi suenan y suenan
llamándome.

Nadie hubo aquí antes de mí.
Yo fui y soy el amo y el señor
de esta orquídea.

Desde el Pichincha,
desde las verdes pajas del páramo
se extienden mis venas,
frailejones, chuquiraguas, chaquiñanes,
delicados arroyos, poggios, pacchas,
vertientes de entusiasmado canto,
mis venas,
con la niebla de los bosques cubiertas,
arropadas con humo,
bañadas con carbón,
dulces líquenes y musgos
arbolillos, flores escritas en granito
milenario
y sombríos soles cual sonrisas.

Mis venas,
mi pelo,
mi trenza,
mis chischís.

Venas de tierra, cornisa, alero,
zumbido de quindes y de abejas reinas,
retos de diostedés y alas de guacamayos.

Mi rostro,
sus rincones, historias y leyendas
de cal y arena, sangre de argamasa,
rostro sin fin, sin eternidad,
y en las sienes, aplomas blancas,
nieves serenas, abuelas.

Mis ojos de buey,
mi nariz de águila, de cóndor mi aliento,
mi piel de naranjilla delicada,
mi piel de barro con paja,
de noche cerrada mi piel.

Mi corazón de cascada, alta y brillante, sonora.

Mis pies partiendo, yendo, andando, nunca quietos.

Mis manos, arrugas de montes, redondas colinas,
abismos, saltos, trotes de mínimos ríos
que se unen abriéndose camino hacia el mar
para besarlo con mis labios de piedra,
con mi lengua serrana, selvática, violenta,
con mi lengua golondrina, gorrión, gaviota,
cantándole canciones de miel, de mora y de viento.


Yo,
que me descubrí temblando, desnudo,
tocando rondador, tambor, pingullo,
bailando hasta que la luna se ponía,
hasta que el sol en puntas venía,
cuidado por mis huarmis cariñosas,
siempre bellas,
de una belleza mía,
contagiosa,
huarmis de un tiempo antiguo,
mi propio ritmo,
mi mundo,
mi monótono tono
que me llamaba a bailar en callado vuelo
sobre mi propia tierra,
con nubes en los hombros
para que pesaran mis muslos
para que pisaran y pisaran duro
mis pies,
acariciándola, repitiéndole
que era mía, mía, mía,
por mí,
por todos nosotros runas
dancé y dancé
hasta ponerme triste.

Ahora me veis
levantado,
cholo alzado,
más alto que diez nubes,
más duro que cien foetes lanzados
contra el odio que me tienen
los que me explotan y oprimen.

Por eso,
aquí me tienen,
mírenme, deléitense, asústense,
recuéstense en mí,
no me corro,
corazón soy
y en el pecho me quedo.


Por eso,
si me ven armado de mi cuero mestizo,
blanco a medias,
indio-castizo cuero,
zambo-mulato cuero,
negro-colorado cuero,
cholo, chazo, shuar, cofán,
quaiquér, auca u otavalo,
armado y desarmado,
enamorado y pobre,
chispo o entonado,
entredormido y entresueño
de zapato, de pata, de alpargata,
de chusma, de sombrero, de faja,
de rosado, de verde, con careta,
no se asusten,
no,
ámenme lo mismo,
porque soy tú,
y tú eres nosotros,
y más que todo eso,
todos somos de abajo,
del piso mismo,
de la tabla que habla,
de la hierba que mastica viento,
carihuairazo, palenque, pelo de choclo, sicce,
de origen humano, animal, vegetal, mineral,
de origen real, telúrico, grandioso
yo soy este otro,
estitico,
eso mismo


¡Y aquí me quedo!
Me quedo en ti
tierra, pájara, mujer.
Y para decir: ¡te amo!
me subo al cerro,
a la luna me empino para amarte,
para besar tus pies soy lengua de vaca,
cuchillo soy para acabar con tus penas,
me acuesto en tu pecho de rosas y angustias,
en ti me esparzo, en ti me siembro,
de ti florezco,
en tu boca me vuelvo sol,
me siento en tus portales,
con mis cabellos detengo el viento,
como un cometa pendo de tus techos
junto al toro, a la libre, al perro,
a los recuerdos,
me estiro y amplío mi amoroso amasado lodo,
por ti recupero la razón,
en ti me reconozco,
en todo tu esqueleto, tus venas, tu rostro
en brazo erguido, en tu pecho de ariete,
en tu grito de foete, en tu ternura de gota,
y en mis brazos te levanto,
orgulloso y propio.

En este enredo de nombres, de hombres,
de matices, me quedo, nos quedamos.
Me radico, me raíz, me empujo
el magma de este vientre andino,
de esta entraña cascájica, quebrada,
de esta peña, esta rosa, esta tonada,
me quedo, nos quedamos

Abrazados a las lluvias,
a estas desnudas nubes pasajeras,
viajeras, pájaras mojadas, despeinadas.
En estas medicinales aguas de toronja,
yerbaluisas, marialuisas, quijijes, lópez,
congos, sánchez, valdiviesos, chiluisas,
caizapantas, higuerillas, buganvillas,
tálamos, espinas, uvillas,
en estas huecas citadinas, vespertinas,
calladas y oscuras golondrinas, y
heroicas huestes obreras, campesinas,
me quedo, nos quedamos!

¡Acento mío,
voz grave mía,
violín de mi costilla,
silbido e mis sienes,
en ti me quedo,
lleno de ser por fin
mi propio yo,
mi propia tierra,
mi propio pueblo,
yo!

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