martes, 1 de septiembre de 2009


SON DEMOLICIÓN:

ALFONSO MURRIAGUI VALVERDE

MI SOMBRA Y SU BOÍNA


En este su más reciente libro, el poeta Murriagui, maduro, reflexivo y sapiente, el que ha vivido muchos soles y lunas y nos ha tendido el lazo de los ancestros, pero también el abuelo y amante tierno, reaparece…Así, la memoria, la nostalgia y los recuerdos, se confiesan en estas páginas que escribe bajo la sombra de los años y con su  boina guerrillera a cuestas, testimonio para sus amigos, colegas y contemporáneos, o para quienes queramos aprender de sus experiencias y alegorías, que la memoria personal si no se la escribe, es fugaz y se vuelve cada vez más lejana, porque para el veterano poeta la memoria:

 

…”Viene como los cantos posesivos,

como la dulce niña 

que me dejó sus peces;

como la voz materna y sus silencios

poblados de ternura”

 

Es pues en dirección a la vitalidad del agua, del amor y de la memoria colectiva, que creemos que la mejor poesía de Alfonso Murriagui “se dice” por sí misma, no por las palabras de otro, ni por el canto o alabanza de ningún crítico de opereta o de algún “canónico” de la lengua; se dice por sí misma y permanece, intentando restaurar con sus versos, no solo la infancia del mundo y de la voz poética subjetiva, pero también la infancia de nuestra propia identidad: de nuestra gran infancia colectiva ecuatorial.

 

Una infancia con mitos y personajes legendarios y también con seres diminutos, vulnerables y de carne y hueso. Mas y a diferencia de la poesía apolítica y hermética o de aquella truculentamente erótica, -tan en boga en nuestros días-, los poemas de Alfonso Murriagui, aún permanecen insuflados de humanidad y de solidaridad humana, aquella solidaridad y juventud que atraviesa las generaciones y aún es capaz de traernos sus destellos y fulguraciones:

 

 Nacimos cuando el mundo todavía era bueno, sin hornos crematorios, ni átomos infernales. Deambulamos junto a un río que aún no había sido encadenado; los sueños vivían en nuestros ojos y era fácil pescar las ilusiones debajo de cualquier eucalipto rumoroso...”, nos dice el niño interno del poeta; ese mismísimo niño, hoy el “abuelo Alfonso”, quizás aquel memorioso padre colectivo que todos hubiésemos querido tener,  para que nos leyera en la chimenea de un cálido hogar, los poemas que hoy se encarga de recordarnos el siempre vital e irreverente poeta tzántzico.

 

 

Diego Velasco Andrade

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Acabo de leer el artticulo publicado por Diego Velasco, y me siento identificado plenamente más que con él con el autor Alfonso Murriagui, en la medida que la colectividad ecuatoriana necesita de autores abuelos que nos recuerden nuestra infancia colectiva. Solo con esos recuerdos vívidos es donde la identidad toma cuerpo y que mejor manera que hacerlo a través de la poesía.

Fernando Farías Sacón dijo...

Qué bien lo de Diego Velasco Andrade, es impresionante como llega a describir por medio de este artículo, describe la memoria colectiva,de quien se introduce en el dificil camino de la literatura no por las palabras de otro si no por el mensaje vivido y poético de su identidad de infancia con mitos y personajes literarios;que toma cuerpo y sentido común en el alma de la poesía misma de Murriagui.

Carlos Troya Ganchozo dijo...

La boina guerrillera es la identificación del poeta.La infancia proboca muchos recuerdos y anhelos de cambios hacia un mundo de superación en los ambitos literarios, basada en una paz mundial donde no halla interrupción en manifestar sus penssamiento,éxito poeta.
Carlos Troya Ganchozo

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