lunes, 19 de marzo de 2012

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¡Y quién dijo silencio!
(Recopilado por Cristian López Talavera)
¿DEL POR QUÉ LA POESÍA?
En algún instante escuché que la poesía no es útil para nadie, asentí en que tenían razón. La poesía, simplemente, se radica en el elemento primordial para la existencia. Como esa agua que nos moja y luego se retira,  nos ayuda a sentirnos vivos. Y nuevamente, reafirmé que la poesía carece de utilidad, excepto para quienes nos adentramos en su tinta y no salimos nunca de ella, nos iluminamos de sus letras que comienzan a hablarnos y  transportarnos  por parajes imaginados en una embarcación que se va con nuestros rostros y nos deja una máscara, ahí  radica la magia del poema, sustituir constantemente esa careta sigilosa que nos transforma constantemente. Como esas prodigiosas aguas de Heráclito, manchándonos en líquido vital.
De ahí que esta muestra de poesía tome el nombre de: ¡Y quién dijo Silencio! porque es en el silencio donde el poema va tomando forma. Desde una llamada de los dioses, quienes nos enlazan la primera idea para luego abandonarnos en el constante trajinar de la existencia. 

DE ESTA MUESTRA ANTOLÓGICA
Lógicamente, toda muestra de poesía es parecida a un verso: está cargada de una alta dosis de sensibilidad, por lo tanto no tiene certezas. Entonces, ¿cómo leerla? En primer lugar, desechando la idea de que  es una enmarañada recopilación de poetas. Segundo, que es una muestra de escritores que han trabajado bajo tutoría de taller, por lo tanto son versos iniciales, cada uno inmerso en estas celosas páginas que son aprendices de brujo en busca de una voz propia que devele el campo creativo por donde están sus búsquedas complejas, sus variadas reflexiones, temores; esos rostros distintos que semejan estrellas sonoras convirtiéndose en versos, que reflejan la complejidad de la época que habitan.
Entendiendo que este libro no quiere ser una certeza debe leerse como una muestra de poetas jóvenes, quienes han ido creando, en un taller literario, su generación. Tal cual lo hicieron en los años 80 varios escritores ecuatorianos, entre los que nombro Diego Velasco Andrade, Pablo Yépez Maldonado, Huilo Ruales, Edwin Madrid, Pedro Gil,  quienes  vienen a mi memoria en estos instantes en que la noche es un pájaro destilando miedos. Escritores que bajo el mando de Miguel Donoso Pareja hicieron sus primeros pasos en un laboratorio, para luego imantarse en grupos y revistas, e ir instituyéndose en una agrupación denominada: La Generación de los Talleres Literarios. ¿No es precisamente lo soñado por estos jóvenes poetas? Lo importante, es que (en su mayoría) no tienen publicados libros.

LOS ANTOLOGADOS
Estos poetas, que van desde los 20 a los 40 años de edad, tienen algo en común: forman parte de talleres literarios, tal como el de  Diego Velasco Andrade en la ciudad de Quito; y el de Augusto Rodríguez, en la ciudad de Guayaquil. Vates ensimismados en crear una poética dinámica, construcciones  meditadas por el grupo, lírica comunicante. Poemas que están sembrándose para el futuro inmediato.
¡Y quién dijo Silencio! es una propuesta neovanguardista. Varios trabajan la metáfora, como una herramienta estética, cargada de sensualismo y simbología. Todo esto en un país donde la poesía ha estado en un frasco cerrado, donde las innovaciones artísticas han sido desechadas por un grupo selecto de “amigologos” que “dicen” dirigir la poética ecuatoriana.

LA NECESIDAD DE MOSTRAR LA PANORÁMICA DE LA ACTUAL POESÍA ECUATORIANA
El mencionado país es selecto en la palabra poética, desde los tiempos del periodo precolonial, la cultura oral significó los primeros indicios de reflexionar nuestra existencia. Nombres como el de Juan Bautista Aguirre, con elementos gongoristas, crea lo que se denominan Ramilletes Poéticos, pero no es una lírica propia, la voz la dan los conquistadores, específicamente la Iglesia como institución esclavizadora. En épocas de la Independencia tenemos los ovillejos, especie de graffitis, poemas pequeños que tenían un objetivo panfletario más que estético. En aquellos días surgen nombres como José Joaquín de Olmedo y su poema épico: Canto a Bolívar.
No será hasta la  aparición del Modernismo que la poética ecuatoriana reflexiona acerca de innovar las propuestas. Nombres como: Medardo Ángel Silva, Humberto Fierro, Arturo Borja y Ernesto Noboa y Caamaño, denominada la Generación Decapitada, esto dado por el ensayista Raúl Andrade debido a sus fallecimientos en edad temprana, y con ideas extraídas de los simbolistas franceses, cimentan poemas alegóricos a la muerte, al dolor, a la nostalgia; estetizadas en la musicalización, varios de los trabajos de entonces han sido recreados en la música popular.
En esta época, el vanguardismo europeo comienza a tomar eco en un poeta ensimismado en su soledad, quien se embarcó en su motocicleta para sumergirse en lo que sería la innovadora creación, que publicó su primer libro pasado los 80 años, Hugo Mayo (1897-1988), un año mayor a Medardo Ángel Silva, devela que en la poética se pueden asociar varios métodos experimentales (Surrealismo, Creacionismo, Cubismo, Dadaísmo). Posteriormente, en Riobamba aparecen nombres importantes como Miguel Ángel Zambrano, Miguel Ángel León, quienes inscriben universos de su cosmovisión a lo vanguardista.
Pero será  hasta la aparición de Jorge Carrera Andrade (1903-1978), quiteño de nacimiento, que el nombre de Ecuador refulgirá en la poética vanguardista. Además, con sus microgramas, comienza a reordenar el universo. Esto sucede por el año de 1940, luego de viajes por países asiáticos. Es en esta etapa cuando el mencionado poeta,  al igual que José Carlos Mariátegui, reflexionan sobre la dicotomía: Ser Humano-Naturaleza. Luego de este importante nombre en nuestra literatura, continúan poetas como Gonzalo Escudero, Augusto Arias y Alfredo Gangotena, vates  que desarrollaron su trabajo en las afueras de nuestro país.
César Dávila Andrade constituye un nombre importante, la poesía ecuatoriana toma un nuevo giro, sale a la luz “Boletín y elegía de las mitas”, la denuncia, el problema del indígena son los nuevos temas de nuestros poetas. Luego, surge el grupo Madrugada, poetas como: Enrique Noboa Arízaga, Hugo Salazar Tamariz, Edgar Ramírez Estrada, Jorge Enrique Adoum, Efraín Jara Idrovo, poetas que vivieron el cambio de contexto en nuestra América. Vallejo y Neruda serían los exponentes en este periodo creativo. 
Pero no es hasta los años sesenta donde aparece el resurgimiento de la poética ecuatoriana, donde los conceptos se fueron transformando, se desestructuran los cánones obsoletos, el romanticismo inocente y burgués, surge el denominado Parricidio. Nombres como Raúl Arias, Alfonso Murriagui, Ulises Estrella, Euler Granda, Humberto Vinueza (quienes conformaron el grupo Tzántzico); y en Guayaquil, Rodrigo Pesantez Rodas, David Ledesma Vásquez, Ileana Espinel Cedeño, Sergio Román Armendariz (conformaron el Club 7 de poesía). Estos dos grupos significaron el acceso a la reflexión política, estética, a una poética de compromiso social, sin dejar a un lado el existencialismo, que cada día se hunde más en las aguas negras de la historia. 
Luego, vendrán nombres como Julio Pazos Barrera (Premio Casa de las Américas, en 1982), Violeta Luna, Fernando Artieda (guayaquileño con una poética de surgimiento dialectal importante), Bruno Sáenz Andrade, Hugo Jaramillo, Iván Carvajal, Sonia Manzano, entre los más importantes, poetas que tienen un compromiso esencial con el lenguaje. Aparece el distanciamiento con el pacto social y crudo de los Tzántzicos para develar la imagen poética como fuente vital en el lenguaje.

LOS TALLERISTAS: PRODUCCIÓN DE UNA NUEVA Y VITAL POESÍA
Quizá los talleres literarios enhebraron escritores con variadas posibilidades, los que ingresaron al canon y los que siguieron el parricidio propiciado por los Tzántizcos. Y es bajo la tutela del escritor Miguel Donoso Pareja, que con metodologías innovadoras generan nuevas voces y nuevos ejercicios esquemáticos, tanto en la poesía como en la narrativa; nombres como Jorge Martillo, Víctor Romero, Fernando Balseca, Mario Campaña, Diego Velasco Andrade, Pablo Yépez Maldonado, Margarita Lazo, Fernando Itúrburu, Pedro Gil, Roy Sigüenza, Vicente Robalino, Galo Alfredo Torres, Alfredo Pérez Bermúdez, nombres que todavía cimentan la palabra poética. 
Pero es el caso de Edwin Madrid y Diego Velasco Andrade quienes mantienen (en Edwin Madrid terminó un ciclo con escritores del grupo Machete Rabioso) activos los talleres literarios; el caso del segundo es por quien surge esta Antología. Los nombres son varios: Carmen Jaramillo, Ives Cadena, José Acevedo, Sonia Cruz, Ximena Flores, Marcelo Recalde, Deysi Vela, Edison Navarro, María Fernanda Vinueza, María Belén Obregón, Jorge Villavicencio, Cristian López Talavera, Santiago Quelal, Galo Toapanta, David Acosta, Pablo Flores. Poetas que varían en edad, pero en conjunción sus problemas son similares: el sexo, la muerte, el silencio, la creación, el yo poético y comprometido. Reflexiones que han ido tomando eco en poetas jóvenes.
Esta conjunción de temáticas se han asimilado con talleristas del poeta Augusto Rodríguez: Beatriz Viteri, Xavier Hidalgo, Luis Alberto Bravo, Andrés López, Dina Bellrham, Laura Nieves, Lis Quezada, Adolfo Santiestevan, Lucero Llanos, y Geovanni Bayas, quienes forman parte del taller El Quirofano y han ingresado con solidez y buena poética en varios festivales literarios del país. A estos nombres sumo tres, a quienes encontré en bares, por medio de internet o en aulas universitarias: Marco Manotoa, Fernando Tituaña y Danciso Toro. 

CRISTIAN LÓPEZ TALAVERA


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