Solía llegar con la noche
…sonaba a un bolero tarareado por los adoquines al ritmo de los ángeles trasnochados de su esquina, arrastraba consigo un nombre intruso como campana; dejaba el peso de su cuerpo colgado de la noche y en vendaval azotaban las ventanas de los atrevidos, tan solo para ver pasar la tempestad.
Llegaba primero su olor tejiendo redes, enredando su rastro entre las farolas intermitentes como luciérnagas; la luz era un elemento secundario, tan solo escucharla llegar, era razón suficiente para perforar las pupilas y dejarla entrar a los zaguanes de la memoria, a todas las habitaciones construidas en los huesos.
Desde las ventanas rodaban ojos, manos, rodillas, muletas, los cristales se empañaban de versos mutilados por el aliento robado de su boca, a nadie le importaba morir colgado de las cortinas, si ese era el precio por ser ahogado en sus ojos grandes como mar, por ser carabela en su mirada.
El pueblo se llenó de ausencias, uno a uno brujos, arlequines, charlatanes, poetas, ladrones, periodiqueros, galanes, amanecían enredados entre los cristales, algún sobreviviente con la sonrisa en la boca, gritaba para los testigos sordos que la vieron pasar y en murmullo describía las alas que lo arrancaron de su desdicha.
Solía llegar con la noche.
Los relojes se adelantaban al tiempo, los niños y sus catapultas apuntaban al sol, pedían a los santos ocultar la luz, eclipsar la vida, solo para que pudiesen mirarla, y yo, en silencio descarne mis ojos, sincope la mirada para que descansare en mi ocaso.
Cuando llegó, amarré una piola a sus enaguas y me até a ella, descalzo, con el pantalón recogido hasta las rodillas para mojar mis naves, cúmulo de pájaros.
Un día sin querer la vi vestida de niña, recorrí sus muñecas de trapo, su ausencia de dientes, sus vestidos, las velas de sus santos, los disfraces con que ocultó la vida.
Brillaba en los brazos de su padre, en las veredas donde se ovillaba alegre a ver morir la tarde; tenía pintada la sonrisa y dos salpicones de noche junto al beso urgente de su boca. Corría cantando una canción de cuna, desafinando a cada salto de rayuela, buscaba bajo las piedras razones para enterrarse y jugar a ser topo.
Cuando se dio cuenta que la miraba cerré los ojos y corrí.
Como siempre, la noche llegó más tarde de lo deseado, limpiaron las huellas de las ventanas para verla mejor, lavaron las cortinas para ocultarse tras ellas; de pronto llegó su olor, todos enmudecieron intentando escuchar el golpe de los adoquines, pero a pesar de la oscuridad, al parecer nadie murió.
Su red se atasco en las bisagras de mi puerta, yo grité colgado de mi ventana.
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